23 abril 2010

No hace falta que las leyendas sean ciertas, tan solo hace falta que sean bonitas.


¡Hola todos! ¡Y feliz Día del Libro! o, para los que los prefieran como yo, Feliç Sant Jordi! Llevo todo el día pensando qué decir en esta entrada, la he reescrito mentalmente miles de veces y sigo sin estar del todo segura del resultado. Pero oye, me encanta la leyenda de Sant Jordi (Sant Jorge) y si no aprovecho para contarla hoy, ¿cuándo lo voy a hacer? Así que sin más demora, aquí os la dejo:


Montblanc estaba siendo aterrorizada por un colosal dragón. La bestia se había instalado a las afueras del pueblo, infectando el aire y el agua con su aliento apestoso y causando estragos entre el ganado. En su búsqueda de alimento, cada vez se aproximaba más a las murallas, por lo que los vecinos tuvieron que buscar una forma de mantenerlo apartado. Empezaron dándole de comer ovejas; cuando éstas se acabaron, siguieron con los bueyes, y luego con los caballos. Y por fin no tuvieron más remedio que sacrificar a los propios habitantes. Se metieron los nombres de todos en un puchero, también el del rey y el de la princesa, y cada día una mano inocente decidía quien moriría la mañana siguiente. Y una tarde la escogida fue la princesa. Dicen unos que el rey lloró y suplicó a sus súbditos por la vida de su hija, pero que de nada le sirvió. Cuentan otros que el rey entregó a su hija con valentía y entereza. Sea como fuere, la joven salió de las murallas y se dirigió hacia su triste destino.

Cuando el terrible dragón avanzaba hacia ella, surgió entre la bruma un hermoso caballero vestido de blanco sobre un caballo blanco que arremetió contra la bestia. Aquel caballero alzó su larga lanza y de un golpe, el dragón cayó desplomado en el suelo, con la lanza clavada en el centro del corazón.

Cuentan que de la sangre del dragón creció un rosal y de sus ramas brotaron rojas rosas. San Jordi cogió la rosa más roja del rosal y se la entregó a la princesa en señal de amor. Después, montó a su caballo blanco y se fue sin decir palabra.

No hace falta que las leyendas sean ciertas, tan solo hace falta que sean bonitas.  


¡Que tengáis un grandísimo día!

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